Un sentido de si mismo

La comunicación entre el cerebro y otros órganos determina cómo pensamos, recordamos y sentimos

En la década de 1930, el neurocirujano Wilder Penfield fue pionero en un nuevo y atrevido tipo de cartografía. Mientras un taquígrafo tomaba notas, tocó delicadamente un electrodo en el cerebro expuesto de sus pacientes despiertos, que consintiendo respodían qué sentían cuando la corriente eléctrica golpeaba diferentes áreas

Penfield quería predecir mejor qué funciones cerebrales se verían amenazadas cuando los cirujanos tuvieran que extirpar tumores o trozos de tejido que desencadenaban ataques epilépticos. Descubrió que la estimulación de las regiones cerebrales adyacentes producía sensaciones en las partes correspondientes del cuerpo: mano, antebrazo, codo. El resultado de su mapeo fue el icónico «homúnculo»: un mapa en la capa exterior arrugada del cerebro que representa la superficie del cuerpo.

Penfield luego se aventuró en un territorio más misterioso. Cuando sondeó la ínsula, un pliegue profundo de la corteza cerebral, algunos pacientes sintieron náuseas o gases; otros eructaban o vomitaban. “Me duele el estómago y huelo algo parecido a un medicamento”, dijo uno.

Penfield descubrió que esas señales viscerales eran más difíciles de descifrar que el mapa cerebral de la superficie del cuerpo. Las regiones del cerebro responsables de diferentes sensaciones internas parecían superponerse. Las regiones sensoriales eran difíciles de distinguir de aquellas que enviaban instrucciones motoras, como decirle a los intestinos que se contraigan. Penfield pidió una vez a los participantes que se tragaran un electrodo para detectar cambios en las contracciones intestinales mientras estimulaba sus cerebros. Pero su mapa de los órganos internos era borroso y ambiguo, y se mantuvo así durante la mayor parte del siglo siguiente.

Décadas más tarde, los científicos están empezando a desentrañar cómo nuestros órganos húmedos, esponjosos y resbaladizos le hablan al cerebro y cómo el cerebro responde. Esa comunicación bidireccional, conocida como interocepción, abarca un sistema complejo de nervios y hormonas en todo el cuerpo. Gran parte de la exploración reciente se ha centrado en el nervio vago: una red masiva y serpenteante de más de 100.000 fibras que viajan desde casi todos los órganos internos hasta la base del cerebro y viceversa.

Con nuevas técnicas para mapear las rutas de los nervios en los animales y medir la interocepción en las personas, los investigadores están agregando nuevos detalles sorprendentes a los bocetos que Penfield y otros idearon. Durante más de 100 años, los científicos han sabido que el nervio vago transmite señales entre los órganos y el tronco del encéfalo. Como parte del sistema nervioso parasimpático, activo cuando el cuerpo está tranquilo o recuperándose del estrés, el llamado nervio vago regula las funciones autónomas como la frecuencia cardíaca, la respiración y la digestión. Pero nuevos estudios han demostrado que las señales transportadas por las fibras vagales escalan más allá del tronco del encéfalo, revelando una amplia red interoceptiva en el cerebro que interpreta los cambios internos, anticipa las necesidades del cuerpo y envía órdenes para satisfacerlas. La red incluye regiones del cerebro involucradas en una cognición más compleja, lo que significa que los nervios que monitorean el funcionamiento básico del cuerpo también responden e influyen en cómo recordamos, procesamos las emociones e incluso construimos nuestro sentido del yo.

Emily Underwood; Ilustración de Valerie Altounian

(Extracto del artículo aparecido en Science el 11 de junio de 2021)

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